22.9.11

[Paréntesis III]





Metamorphosis Five - Philip Glass




La mayoría de la gente inicia las relaciones con las miras puestas en lo que puede sacar de ellas.
El objetivo de una relación es decidir qué parte de ti mismo quisieras ver “descubierta”; no qué parte de la otra persona puedes capturar y conservar.
Sólo puede haber un objetivo para las relaciones, y para toda la vida: ser y decidir Quien Realmente Sois.

Resulta muy romántico decir que tú no eras “nada” hasta que llego esa otra persona tan especial; pero no es cierto. Y, lo que es peor, supone una increíble presión sobre esa persona, forzándole a ser toda una serie de cosas que no es.



Al no querer “desengañarte”, trata con gran esfuerzo de ser y hacer esas cosas, hasta que ya no puede más. Ya no puede completar el retrato que te has forjado de él o de ella. Ya no puede desempeñar el papel que se le ha asignado. Surge el resentimiento. Y después la cólera.



Finalmente, para salvarse a sí misma (y la relación), esa otra persona especial empieza a recuperar su auténtico yo, actuando más de acuerdo con Quien Realmente Es. Y en ese momento es cuando dices que “realmente, ha cambiado”.



Resulta muy romántico decir que, ahora que esa otra persona especial ha entrado en tu vida, te sientes completo. Pero el objetivo de la relación no es tener a otra persona que te complete, sino tener a otra persona con la que compartir tu completitud.



He aquí la paradoja de todas las relaciones humanas: no necesitáis a una determinada persona para experimentar plenamente Quienes Sois, y... sin otro, no sois nada.



Aquí radica a la vez el misterio y el prodigio, la frustración y la alegría de la experiencia humana. Requiere un conocimiento profundo y una total voluntad vivir en esta paradoja de un modo que tenga sentido. Y observo que muy pocas personas lo hacen.



La mayoría de vosotros iniciáis vuestras relaciones en los primeros años de madurez, con esperanza, plenos de energía sexual, el corazón abierto de par en par y el alma alegre e ilusionada.



En algún momento entre los cuarenta y los sesenta años (y para la mayoría más pronto que tarde), renunciáis a vuestro más magnífico sueño, abandonáis vuestra más alta esperanza, y os conformáis con vuestras menores expectativas; o con nada en absoluto.



El problema es sumamente básico, sumamente sencillo; y, sin embargo, trágicamente mal interpretado: vuestro más magnífico sueño, vuestra más alta idea y vuestra más acariciada esperanza se había referido a vuestro amado otro, en lugar de a vuestro amado Yo. La prueba de vuestras relaciones se había referido al hecho de hasta qué punto el otro se ajustaba a vuestras ideas, y en qué medida considerabais que vosotros os ajustabais a las suyas. Sin embargo, la única prueba auténtica se refería al hecho de hasta qué punto vosotros os ajustabais a las vuestras.



Las relaciones son sagradas porque proporcionan la más grandiosa oportunidad en la vida - en realidad, la únicaoportunidad - de crear y producir la experiencia de tu más elevado concepto de ti mismo. 


Las relaciones fracasan cuando las consideras la más grandiosa oportunidad de crear y producir la experiencia de tú más elevado concepto de  otro.



Si dejas que, en una relación con otra persona, cada uno se preocupe de Sí mismo: de lo que Uno mismo es, hace y tiene; de lo que Uno mismo quiere, pide, obtiene; de lo que Uno mismo busca, crea, experimenta... todas las relaciones servirán magníficamente a este propósito, y a quienes participen en ellas.



Deja que, en la relación con otra persona, cada uno se preocupe, no del otro, sino sólo y únicamente de Sí mismo.



Parece una enseñanza extraña, ya que os han dicho que en la forma más elevada de relación uno se preocupa únicamente del otro. Pero Yo te digo esto: es el hecho de centrarte en el otro - de obsesionarte con el otro - lo que hace que las relaciones fracasen.

¿Qué es el otro? ¿Qué hace? ¿Qué tiene? ¿Qué dice, quiere o pide? ¿Qué piensa, espera o planea?

El Maestro entiende que no importa lo que el otro sea haga, tenga, diga, quiera o pida. No importa lo que el otro piense, espere o planee. Sólo importa lo que  hagas en relación con ello.
La persona que más ama es la persona que está más centrada en Sí misma.

Esa es una enseñanza radical...

No si la observas con atención. Si no te amas a ti mismo, no puedes amar a otro. 


Mucha gente comete el error de tratar de amarse a Sí mismo a través de amar a otro. Por supuesto, no se dan cuenta de lo que hacen. No se trata de un esfuerzo consciente, sino de algo que se da en la mente, a un nivel muy profundo, en lo que llamáis el subconsciente. Piensan: “Si puedo amar a otros, ellos me amarán a mí. Entonces seré alguien digno de ser amado, y, por lo tanto, Yo me amaré a mí mismo”.



El reverso de esto es que muchas persona se odian a sí mismas porque piensan que no hay nadie que las quiera. Se trata de una enfermedad; es el verdadero “mal de amores”, pues lo cierto es que sí hay otras personas que les quieren, pero no importa. No importa cuánta gente manifieste su amor hacia ellos; nunca es suficiente.



En primer lugar, no creen en ti. Piensan que tratas de manipularles, que tratas de sacar algo de ellos. (¿Cómo podrías quererlos por lo que realmente son? No. Debe haber un error. ¡Seguro que quieres algo! Entonces ¿qué es lo que quieres?)

Se cruzan de brazos, tratando de comprender cómo alguien puede realmente quererles. Así, no te creen, y emprenden una campaña para hacer que se lo demuestres. Tienes que demostrarles que les quieres. Y, para hacerlo, pueden pedirte que empieces a cambiar tu conducta.

En segundo lugar, si finalmente aceptan que pueden creer que les quieres, inmediatamente empiezan a preocuparse acerca de cuánto tiempo lograrán mantener tu amor. Así, con el fin de conservarlo, empiezan a cambiar su conducta.

De este modo, dos personas se pierden a sí mismas  - literalmente - en la relación. Inician la relación esperando encontrarse a sí mismas, y, en lugar de ello, se pierden a sí mismas.
Esta pérdida de Uno mismo en una relación es lo que provoca la mayor parte de la amargura en estas parejas.


For Your Own Benefit - Philip Glass

Dos personas se unen para compartir su vida, esperando que el todo será más que la suma de las partes, y se encuentran con que es menos. Se sienten menos que cuando estaban solos. Menos capaces, menos hábiles, menos apasionantes, menos atractivos, menos alegres, menos contentos...
Y ello es así porque son menos. Han renunciado a la mayor parte de lo que son con el fin de tener - y conservar - la relación.

Las relaciones nunca han tenido por qué ser así. Pero así es como las han experimentado la mayoría de las personas que conoces.
 ¿Por qué? ¿Por qué?
 Porque la gente ha perdido el contacto (si es que alguna vez lo tuvo) con el propósito de las relaciones.

Cuando has dejado de ver a los otros como almas sagradas en un viaje sagrado, no puedes ver el propósito, la razón, que se oculta tras toda relación.



El alma ha venido al cuerpo, y el cuerpo ha venido a la vida, con el propósito de evolucionar. Estáis en evolución; estáis en devenir. Y utilizáis vuestras relaciones con cualquier cosa para decidir aquello que queréis devenir.

Esa es la tarea que habéis venido a realizar aquí. Esa es la alegría de crearse a Sí mismo. O de conocerse a Sí mismo. O de llegar a ser, conscientemente, lo que uno quiere ser. Eso es lo que significa ser consciente de Uno mismo.

Habéis traído a vuestro Yo al mundo relativo para poder disponer de las herramientas con las que conocer y experimentar Quienes Realmente Sois. Y sois quienes os creáis en relación con todo lo demás.

Vuestras relaciones personales constituyen el elemento más importante en este proceso. Por lo tanto, vuestras relaciones personales son “tierra santa”. Prácticamente no tienen nada que ver con el otro, pero, puesto que implican a otro, tienen todo que ver con el otro.

 Esta es la divina dicotomía. Este es el círculo perfecto. Así, no constituye una enseñanza tan radical afirmar: “Bienaventurados los que se centran en Sí mismos, porque ellos conocerán a Dios”. Puede que no sea un mal objetivo en tu vida conocer la parte más elevada de Ti mismo, y permanecer centrado en ella.

Tu primera relación, pues, debe ser contigo mismo. Debes aprender primero a honrarte, cuidarte y amarte a Ti mismo.

Debes verte primero a Ti mismo como estimable para poder ver al otro como tal. Debes verte primero a Ti mismo como bienaventurado para poder ver al otro como tal. Debes verte primero a Ti mismo como santo para poder reconocer la santidad en el otro.

Si colocas el carro delante del caballo - como muchas religiones te piden que hagas -, y reconoces al otro como santo antes de reconocerte a ti mismo como tal, un día te resentirás de ello. 
Si hay algo que ninguno de vosotros puede tolerar es que alguien sea más santo que uno. Sin embargo, vuestras religiones os enseñan a considerar a los otros más santos que vosotros. Y eso es lo que hacéis, aunque sólo durante algún tiempo: luego los crucificáis.

Habéis crucificado (de una manera u otra) a todos mis Maestros, no sólo a Uno. Y lo habéis hecho no porque fueran más santos que vosotros, sino porque creíais que lo eran.
Todos mis Maestros han traído el mismo mensaje. No “yo soy más santo que tú”, sino “tú eres tan santo como yo”.

Este es el mensaje que no habéis sido capaces de escuchar; esta es la verdad que no habéis sido capaces de aceptar. Y esta es la razón por la que nunca os enamoráis realmente, auténticamente, de otra persona. Porque nunca os habéis enamorado realmente, auténticamente, de Vosotros mismos.

Así, deja que te diga algo: céntrate ahora y siempre en Ti mismo. Preocúpate de observar lo que  eres, haces y tienes en un momento dado, y no cómo les va a los demás.
No debes buscar tu salvación en la acción del otro, sino en tu re-acción.



La primera pregunta en cualquier proceso de interacción con otra persona es: ¿Quién Soy, y Quién Quiero Ser, en relación con ello?
A menudo no recordáis Quiénes Sois, y no sabéis Quiénes Queréis Ser, hasta que probáis algunos modos de ser. He aquí por qué resulta tan importante honrar vuestros sentimientos más auténticos.

Quién tenga oídos para oír, que oiga; pues te aseguro que en el momento crítico de toda relación humana, sólo hay una pregunta:

¿QUÉ HARÍA EL AMOR?

 Ninguna otra pregunta es importante, ninguna otra pregunta es significativa, ninguna otra pregunta tiene la menor importancia para nuestra alma.

Topamos aquí con un punto de muy delicada interpretación, ya que este principio de la acción basada en el amor ha sido muy mal interpretado y esta mala interpretación ha dado origen a resentimientos y enfados, lo cual, a su vez, ha hecho que muchos se apartaran del camino. 








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